El problema de dar rienda suelta a la imaginación es que tienes que probar muchas veces para que algo salga bien. Supongo que algo de eso debieron de pensar los cocineros de postín el día que decidieron crear sus laboratorios para experimentar.
También podría decirse que los experimentos con gaseosa, pero ese refrán siempre me recuerda a los partidos de fútbol amistosos en los que se prueba a Puyol de mediapunta o a Iniesta de lateral derecho.
La cosa es que una vez digerida la tortilla no puedo negar que estuviese buena, pero tenía un fallo, que relataré en el making off, que a la postre haya hecho de ella un mero paso más hacia la excelencia, y no la excelencia en sí (cágate).
Ingredientes (para dos personas):
Media yuca, cortada en trozos finos; una cebolla, picada; aceite de girasol; dos huevos; sal.
A ver: mi error. Intenté hacer la tortilla de yuca como si de una tortilla de patata, en cuanto a tiempos y fuerza del fuego, se tratase, y no. No son iguales: Usé un fuego fuerte, cinco minutos, y el problema es que me quedó la yuca demasiado hecha, ya frita, crujiente, y se hizo incómoda de comer.
Así que mi recomendación es hacer la yuca a fuego medio, tranquilamente, unos diez minutos, dejando que vaya ablandándose, y controlar que no coja un color muy tostado, y a la mitad añadir la cebolla.
Sobre cómo terminar de hacerla no voy a explicarlo, que creo que todos asistimos a clase el día de “hoy vamos a explicar como se hace una tortilla”. Y tampoco es plan de ser redundante
pero se lo suele hacer con vegetales y queso.